Esel segundo título de Colombia
en los Olímpicos. Hasta ahora, los mejores juegos para el país.
Era inevitable que los ojos no se
encharcaran, era casi que imposible que el corazón no latiera a mil por hora,
tampoco era posible que los nervios no se apoderaran de los colombianos y mucho
menos que la voz no se entrecortara.
Saltar de alegría, llorar de emoción, gritar a todo pulmón ¡viva
Colombia! fue lo que se vivió anoche en el estadio olímpico de Río de Janeiro,
un escenario que se quedó pequeño, tras el inmenso triunfo de Caterine
Ibargüen, la ‘culpable’ de que un país se llenara de orgullo y volviera celebrar
un triunfo deportivo tan grande, quizás más grande que el millón 142 mil metros
de extensión territorial que tiene el país. (Lea también: Así celebran en redes
sociales el oro de Caterine Ibargüen)
Ibargüen dominó a su antojo el
salto triple, no hubo ninguna de las rivales que la pusiera contra las cuerdas
y en cada salto las hizo ver pequeñas. En el último intento hizo 14 metros 80
centímetros, se paró del foso de arena,
buscó con su mirada el DT Ubaldo Duany y le dijo: “Gracias, Duany, gracias”, y
se agachó. Un voluntario le pasó la bandera de Colombia, luego recibió el
sombrero vueltiao y comenzó a correr. (Figuras del fútbol festejaron la medallade Ibargüen).
Brazos arriba, sonrisa de oreja a
oreja y la ovación del estadio que la vio triunfadora. Cogió el sombrero con su
mano derecha, no soltó el pabellón nacional y se fue a dar la vuelta olímpica,
el giro merecido, al que tienen derecho todos los campeones como ella. No soltó
la bandera, tampoco el sombrero y cuando llegó a la mitad del estadio se
envolvió en el pabellón nacional, se llevó la mano derecha a la cara y se
limpió las lágrimas, así como lo hicieron miles de colombianos al verla ganar
ese metal dorado.
El primer salto fue de 14 metros
65 centímetros y sus contrincantes le pusieron el listón alto, pero ella estuvo
tranquila. En el segundo intento y con el registro de 15,03 m., dejó las cosas
claras: “Acá la que mando soy yo”. Pero la competencia no estaba ganada.
Antes de cada intento pidió los aplausos, miró
a la tribuna, levantó los brazos y solicitó que la acompañan en cada
zancada. Cerca, las banderas colombianas
no dejaron de ondear y el coro de ‘Caterine, Caterine, Caterine! se escuchó en cada rincón de un estadio
colmado, al que no le cabía una persona más, porque era la noche esperada, el
momento indicado para ver a Usain Bolt, el hombre más rápido del mundo, ganando
la competencia más importante: los 100 metros planos.
Con el 15.03 metros el oro no
estaba asegurado, pero sí la tranquilidad, porque solo la venezolana Yumilar
Rojas la forzó a saltar más, la presionó, pero Caterine respondió como siempre
lo ha hecho, mejorando la técnica y con un cuarto salto sensacional llegó un 15,17 m con el que le tapó la boca a sus
detractores y selló una victoria increíble, sensacional, que puso al país a
corear su nombre.
Llevaba cuatro años buscando este
oro, trabajó día y noche para ganarlo, al lado de su técnico Caterine
desarrolló un plan para quedarse con el máximo título
que un deportista colombiano le ha entregado al país en el atletismo. Desde aquel 5 de agosto de 2012 cuando perdió el oro con Olga Rypakova en la final olímpica, esta colombiana de 32 años no ahorró energías y no dejó de luchar por conquistar el oro.
que un deportista colombiano le ha entregado al país en el atletismo. Desde aquel 5 de agosto de 2012 cuando perdió el oro con Olga Rypakova en la final olímpica, esta colombiana de 32 años no ahorró energías y no dejó de luchar por conquistar el oro.
Caterine hizo llorar a un país,
convenció al mundo de que es la mejor del planeta, llevó a una nación a ser
feliz, a experimentar una alegría en una nación que vive en medio de problemas
de corrupción y donde la gente se muere esperando que la atiendan en un
hospital. La parte oriental del estadio fue una mancha amarilla. Los
aficionados compraron las boletas del sector oriental para verla de cerca y
allí estuvieron. Ibargüen calculó cada secuencia de los pasos, supo en qué
momento cambiar de pierna e impulsarse de la mejor manera.
Exigió su cuerpo al máximo, trató
de llegar lo más cerca posible a la tabla de batida, calculando
milimétricamente los centímetros para no pisar la zona prohibida y evitar la
anulación del intento. Extendió los brazos lo más que pudo, su excelente manejo
aerodinámico era clave para aumentar la posibilidad de caer lo más lejos posible,
y así logró el 15,17 m., la marca que no se borrará de su mente ni la de los 42
millones de colombianos que emprendieron carrera, se elevaron en busca de tocar
el cielo y cayeron en el foso de arena como lo hizo Caterine. (Además: 'HayCaterine para rato': Caterine Ibargüen)
La prueba terminó, Ibargüen fue
la mejor, la nueva campeona olímpica, un título merecido, que no le fue
esquivo, el que consiguió a punta de sacrificio, valor y mucho entrenamiento.
Ibargüen no pudo escoger un mejor
escenario para lograr el triunfo más significativo de su carrera, fue en Río de
Janeiro, en Brasil, un país igual al suyo, en el que también las victorias de
los deportistas hacen olvidar los problemas de corrupción y en el que también
la gente se muere esperando que la atiendan en un hospital.
Hoy, el nombre de Caterine
Ibargüen es sinónimo de sentimiento patrio, de amor a una nación que la ha
acompañado prueba a prueba en estos últimos cuatro años en busca del oro, una
medalla que por fin llegó, que ya tiene y de la que cada colombiano se siente
orgulloso. Caterine es el ejemplo del colombiano luchador, del que no se da por
vencido, del hombre o la mujer que lucha día a día para superarse, por este
triunfo, por este oro es que hoy una nación
entera amanece con la sonrisa de la protagonista de esta hazaña. Gracias
Caterine, gracias, gracias, ¡MIL GRACIAS, CAMPEONA!
LISANDRO RENGIFO
Enviado especial de EL TIEMPO
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