Cuando
le pregunto a Marleny Jaramillo, la veterana taquillera que lleva poco más de
20 años trabajando para Royal Films, empresa propietaria del cine Capitol en
Cartagena sobre qué película me recomienda, si la que inició hace 30 minutos o
la que comienza después, titubea. Agacha la cabeza, mira la caja, saca unos
papeles y sin mirarme dice: “hágale sin problema que eso va de corrido”. La
cándida mujer de 55 años, de Medellín, facciones delicadas y cabello corto y
cano como una mota de algodón, no fue capaz de decir: Culos calientes o Vergas
al amanecer.
El
Capitol, ubicado en el sector de La Matuna, en el Centro Histórico, es el único
cinema porno de la ciudad que según Jaramillo se inauguró en 1963 como cine
comercial y cuatro años más tarde pasó a ser sala triple x. Tiene
aproximadamente 300 metros cuadrados y 400 sillas. Actualmente, según el jefe
de prensa de la Alcaldía, el edificio donde funciona el Capitol se
reconstruirá y adecuará para instalar el Archivo Central de Correspondencia del
Distrito de Cartagena a través de un proyecto de inversión que fue aprobado.
Irónicamente en el mismo edificio, está la iglesia de la Oración Fuerte al Espíritu Santo
donde “llegan los afligidos a recibir alimento espiritual”. Justo a la vuelta está “Lo mejor del cine porno”, rotativo todos los días de 11 y 30 de la mañana
a 7 de la noche, con funciones de cine porno gay los sábados hasta mediodía.
La
entrada cuesta 5 mil pesos. Me acompaña una chica. Pasamos por un viejo
torniquete tipo molinete y de inmediato se siente el vaho de semen que junto a
un denso olor a cigarrillo nos cerca al subir los 12 escalones que separan la
taquilla de la lóbrega sala.
Mi
compañera de ocasión, preparada para cualquier circunstancia -dice-, observa sin
disimulo cómo en el extremo izquierdo, en la primera hilera de sillas,
Ramiro, 32 años, un negro corpulento de cabello rapo le hace sexo oral
a otro con las mismas características físicas pero más joven. “Está fajadísimo”
acota intrigada.
Nos
ubicamos en el ala derecha cerca a la entrada. Es evidente que el cinema se
quedó en el tiempo: es un lugar vetusto de sillas corroídas y cueros
retorcidos, malolientes. Paredes sucias con chorreones de semen, escupitajos y
ceniza de cigarro. Techos pintados de negro, destruidos y repletos de telaraña.
‘Vergas
al amanecer’, una escena prolongada en plano secuencia de una pareja
heterosexual teniendo sexo, hace las delicias de al menos cien espectadores,
todos hombres. Mientras, Ramiro continúa su ejercicio fálico. Se nota a gusto.
La
felación es la práctica sexual más recurrente en la sala. Se puede percibir una
cofradía entre muchos de sus asistentes que deambulan buscando compañía. Al
otro extremo de donde está Ramiro, hay otra pareja en la misma situación.
Arriba, cerca al proyector, se agrupan varios a masturbarse mientras detallan
las imágenes.
Entran, salen, miran y merodean. Son asiduos del Capitol, mayores de 50 años; otros
más jóvenes, empleados modestos con bolsos a sus espaldas, y uno que otro
extranjero que husmea y parte. Ramiro acaba y sale. Va al baño a escupir.
Regresa. Se le ve sonriente y expectante acercándose a otro chico de unos 20
años que recién llega y se ubica al extremo izquierdo. Allí se queda hasta que
comienza Culos calientes media hora después. “Ese hijueputa marica es la verga”
juzga sobre Ramiro mi pareja que no pierde detalle.
Atrás
de nosotros se sienta un sujeto de algunos 55 años, panzón, de aspecto desaliñado. Se acerca y
nos mira sin disimulo. Jadea como si fuera a escupirnos. Voyerista, espera quizás a
que tenga con ella algún contacto sexual. Lo increpo: “¿Qué quieres?”. Se
levanta y sin chistar huye.
Ramiro
termina una vez más. Repite la rutina: va al baño, regresa. Sin atisbo, se
sienta al lado de un espontaneo que ha estado desde el principio, nos mira y con
picardía sonríe.
Germán
Díaz, arquitecto de 42 años, casado y con tres hijos, cuenta que va al Capitol
una vez por semana: “Aquí viene de todo y se encuentra al que uno menos se
imagina. Llevo cinco años viniendo, llamo a un amigo y la pasamos rico un rato”
dice. “Somos una sociedad de aberraciones, cada quien tiene la suya y esta es
la mía. Cartagena no te permite llevar una identidad sexual digna, te señalan y
acaban con tu vida; alguna válvula de escape tiene que haber para nosotros”
concluye mientras me giña el ojo.
Ese
es el Capitol, un punto de encuentro, un enclave en esta Cartagena purista y
fantoche llena de imposturas
y apariencias. Allí adentro nadie tiene máscaras, no hay prevenciones, nadie
juzga. Ramiro recibe una paga por felación, pero le agrada y lo disfruta, según
cuenta. Es su peculiar manera de llevar algo de comida a la casa. Cuando le
comento en tono de charla lo que mi compañera piensa de él al calificar su
periplo sexual, sentencia: “Papi, es que yo soy la verga”.
Nota: Algunos
nombres han sido cambiados para proteger la identidad de sus protagonistas.
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